ENTREVISTAS IMAGINARIAS: DÉCIMA ENTREVISTA

por Norma Alasia

– Recuerdo cuando era chico y me tenía que ganar las monedas para pagar la entrada de cine, ayudaba a mi padre en todo lo que podía. Quizás no suene bien decir que «todo tiempo pasado fue mejor» pero a diferencia de lo que veo en la actualidad con los adolescentes, nosotros nos teníamos que ganar cada cosa; satisfacer nuestro caprichos, nuestros gustos, por simples que fueran, a veces no resultaba fácil, comentó R.M.
– Yo, de cuando era chico, recuerdo que con mi abuelo materno aprendí el culto por el ahorro. Él era carpintero y me hacía alcancías con pedazos de madera que le sobraban de sus trabajos, alcancías que abríamos una vez por año, dijo Z con un dejo de nostalgia que lo invadía desde temprano.
– Mi relación con la literatura comenzó con el cine. Mi primer recuerdo es una salida con mi madre, mis hermanos, mi tía Rosaria y mis primos al cine del barrio. Ese día, por alguna razón en particular, daban varios cortos de Disney; por lo general proyectaban dos largometrajes: primero la película que servía de soporte, por así llamarla y al final, la principal. Cuando salimos quise pasar por la bibioteca, que aún estaba abierta, e inspirado por los films que habíamos visto saqué prestados dos libros con historias de cowboys para niños, con tantas ilustraciones y poquísimo texto; los disfruté muchísimo «leyéndolos» como podía varias veces. Soy el mayor de tres hermamos y, obviamente, aprendí a leer antes que ellos entonces, en parte para darme «aires» y en parte porque me gustaba, todas las noches les leía un cuento corto.
– Me resulta interesante lo que nos contás porque mi relación con mis dos hermanos, uno mayor y otro menor, fue al mejor estilo MacGyver. Pasábamos horas armando y desarmando cosas y la única lectura que compartía con ellos era la de los folletos que acompañaban los diferentes aparatos que caían en nuestras manos. En cuanto a mis libros sentía que eran sólo míos y no los compartía con nadie, es más, no recuerdo que ellos tuvieran ninguno; en la casa de mis padres sólo yo andaba siempre con un libro bajo el brazo, a veces eran dos.
– ¡No me digas que uno era de prosa y el otro de poesía!, exclamó el entrevistado.
– Exacto, respondió Z. Como podés apreciar, nunca me caractericé por ser original. Y en cuanto al cine y la literatura, ¿cómo fue que te ofrecieron llevar al cine tu best seller?
– Me llamó mi editor para decirme que lo habían contactado y me expuso la oferta (tentadora, por cierto). Entonces tuve mi momento de reflexión, ese instante cuando sentís que las cosas comienzan a irte bien y no recuerdo si me pellizqué pero tuve la intención de hacerlo; después me pregunté si le estaba vendiendo mi alma al diablo pero me di cuenta que iba a ir todo sobre ruedas si ponía como condición supervisar yo mismo el guión de la película -por suerte accedieron y así fue-, finalmente pude expresar algún sonido y decir que estaba interesado en la propuesta.
– ¿Y ahora te alegrás por haber tomado esa decisión?
– Por supuesto que sí ya que a esa propuesta inicial siguieron otras y la tranquilidad económica que me representa todo esto me posibilita escribir mucho más relajado. Tuve que cambiar hábitos que tenía de toda una vida; por ejemplo, yo en la actualidad sé que no siempre voy a escribir en mi casa, sentado frente a mi escritorio y con vista al jardín de mi casa. A veces escribo en un avión o en el set donde están rodando algún film basado en un libro mío, o sentado frente a otro escritorio y con una vista que me resulta totalmente ajena. Pero me gusta este cambio y no solo por la solvencia económica también porque sé que estaba necesitando un cambio, respondió R.M. con sinceridad.
– Siempre firmaste con las iniciales de tu nombre; ¿por qué?
– Porque pensé que nadie iba a leer lo que escribía, entonces, para qué darle un nombre a mis escritos. Después me di cuenta que necesitaba un agente ya que tenía un público que me seguía y si bien mi agente me aconsejó que pusiera mi nombre y apellidos completos en mis trabajos, no tuve ganas porque la gente me conocía como R.M. y para ellos me llamo así. Además, todos saben que me llamo Ricardo Montalbán, como el actor.
– Imagino que resulta difícil llevar el nombre de una persona famosa.
– Sí y no, pero es como todo, tenés que usar el ingenio. Hubiera sido difícil si lo hubiera usado desde un comienzo pero con mi decisión inicial de firmar con las siglas de mi nombre, todo resultó más fácil, respondió el escritor riendo.

NOVENA ENTREVISTA

por Norma Alasia

Las cosas iban bien, la gente del canal se comunicaba todos los días con Cynthia pero esta vez también habían querido hablar con Z. El programa se estaba revelando como todo un éxito, comenzaron pisando fuerte y ahora, además, están pisando firme. Esto habla bien del trabajo en equipo que saben hacer. Y por primera vez en su vida, Z se había parado frente al equipo y les había agradecido, uno por uno, el maravilloso trabajo que estaban realizando para finalizar, y cito textualmente, con las siguientes palabras: «a partir de este momento voy a seguir mostrándome como siempre, así que no se la crean conmigo; gracias».
Cynthia lloró de emoción, jamás pensó que iba a llegar este día, por fin todos podían ver lo que ella veía en su novio.
Álvaro levantó su copa y su voz diciendo: ¡Gracias, gracias amigo, todos te queremos!
Stephen lo miró sorprendido pero en cuanto volvió en sí, dirigió una mirada cómplice a Z y le sonrió; lo estimaba sinceramente.
Simon, en cambio, fue corriendo a buscar su cámara para registrar el momento; al final de la temporada pensaba hacer una filmación casera, a modo de souvenir, con los principales momentos de este verano.
Y como es su costumbre, el periodista buscó un poco de soledad antes de comenzar a trabajar; lo ayuda que su productora sea sociable y reciba y atienda a los invitados como pocos saben hacerlo. Pero siempre llega el momento que precede a la entrevista, cuando ya no importa la biografía del invitado, ni su obra y Z se encuentra solo con su mente en blanco. Entonces Cynthia, como buena observadora que es, abre la puerta y entra a la habitación casi en puntas de pie.
– Cuando quiero pasar un rato bien, realmente bien, estando solo busco en Youtube entrevistas a Steve Jobs porque me gustan, me hacen pensar y hasta reír. Después paso a la gente de la cultura que admiro porque me nutro de ellas, dijo Z con esa manera tan particular que tiene de reflexionar en voz alta frente a su novia.
– En cambio yo empiezo con escritores y sigo con recetas de cocina, expresó la chica mientras soltaba una carcajada.
– Sí, lo sé y mi yo goloso te lo agradece.  («Cuando te vi me enamoré y tú sonreíste porque lo sabías«, pensó Z recordando a Shakespeare.)

 
– No sé exactamente cuándo empecé a escribir, en cambio me animo a decir que sé cuándo comencé a narrar porque antes de conocer el alfabeto yo le contaba historias a mi abuela. Muchas estaban basadas en mis muñecas porque con ellas tenía los «problemas» que se le pueden presentar a cualquier madre: algunas eran perezosas a la hora de caminar, otras no querían comer y estaban las que se olvidaban de pedir para ir al baño, con éstas me enojaba mucho, dijo Clara Sickman riendo.
– ¡Me imagino! continuó Z. ¿Y qué decía tu abuela de esas historias tuyas?
– Las tomaba con naturalidad, estaba acostumbrada a mí. Y después se fue acostumbrando a los cuentos ilustrados, cuando era chica me gustaba tanto escribir como dibujar pero a medida que pasaron los años me dividí entre los libros y la música clásica. Durante un tiempo viví con la  obsesión de asistir a conciertos, ésa fue mi época «elegante», antes de asistir a cada concierto tiraba sobre una silla mis jeans y mi remera de turno y vestía con diferentes trajecitos que tenía para la ocasión.
– ¿En serio?
– Absolutamente cierto, jamás bromeo cuando hablo de mis hábitos, ya sean viejos o nuevos. En la actualidad busco escribir siempre mirando en dirección a un ventanal que tengo en mi casa con vista al parque, me gusta ver el modo en que se mueven los árboles cuando hay viento y cuando no, busco captar el momento en que cae una hoja o en que pasa un ave volando pero ya no tengo obsesiones con la ropa.
– Sin embargo vestís muy bien.
– Gracias, lo sé, dijo la escritora con simpatía.
– Tus historias están ambientadas a fines del siglo XIX y principios del XX, ¿por qué?, preguntó el periodista.
– Porque transcurren antes de las dos guerras mundiales; antes de que los hombres mostraran su lado sombrío y cruel. Muchas veces al leer, al estudiar historia viajo como sin querer hasta la belle epoque y de pronto, en un abrir y cerrar de ojos, me encuentro con fusiles, máscaras de gas, bombas. Leyendo y volviendo a leer la historia se llega a lo «inevitable» pero las guerras hubieran podido evitarse. Y como iba diciendo, de alguna manera me quedé en la segunda mitad del siglo XIX, principios del siglo XX y para recrear lo más fiel posible mis descripciones investigo mapas antiguos, voy a bibliotecas, busco por Internet lo más que puedo; después comienzo a escribir.
– ¿Pasa un día sin que escribas?
– No, ¿qué te hace pensar eso?. Menos aún desde que llevo mi iPad a todas partes, siempre encuentro algo sobre qué escribir aunque no me lo proponga. Hace unos días, viajando en tren, pensé aprovechar el tiempo haciendo la lista del supermercado y sin darme cuenta escribí una receta de cocina. Me gusta cocinar pero como me falta tiempo y me sobran ganas, cada vez simplifico más mis recetas.
– Entonces podés escribir un libro de recetas de cocina dedicado a las escritoras modernas, o a la mujer moderna.
– Eso sería un robo, aunque compartir platos con ingredientes simples que me sacan de apuro más de una vez, no estaría mal.
– A este punto de nuestra conversación no sé si pedirte que me hables de tu último libro o pedirte que me sugieras qué preparar esta noche para cenar.
– Soy capaz de hacer las dos cosas y te lo voy a demostrar, contestó Clara en tono divertido. Primero lo primero, porque hay gente que confía en mí y que publica mis obras: mi último libro se llama «Luna llena» y tiene más bien un tono reflexivo, intimista, para nada romántico. Después de varios meses pensando sobre el título me decidí por éste porque las noches de luna llena me transportan y me iluminan como lo digo en el prólogo del libro que, dicho sea de paso, lo escribí casi en su totalidad en una especie de paraíso terrenal como éste. Las noches despejadas nos acompañaron a mi familia y a mí durante casi todas nuestras vacaciones y yo, antes de ir a dormir, miraba la luna y le agradecía por estar ahí. Cuando volvimos a nuestra casa en la ciudad seguí trabajando y me fui dando cuenta de que ese aire con el que este niño había nacido lo iba a acompañar siempre, la luna serena y brillante forma parte de su naturaleza y las reflexiones que se pueden encontrar en sus páginas muestran -para quien lo quiera ver- a los pensadores de los que se nutrió, de los que me nutrí. No voy a decir más; te traje un ejemplar de regalo que conlleva una especie de obligación moral de leerlo, así que acá lo tenés.
– Ojalá todas las obligaciones fueran como ésta, agregó Z con una sonrisa. ¿Y la receta para esta noche?
– Para esta noche vas a necesitar carpaccio de salmón. ¡Atento que se trata de una receta italiana, abrí bien los oídos y lo que no entiendas, lo preguntás! Te aclaro que el carpaccio es una feta de carne cortada muy fina, como se corta un fiambre para hacer un sandwich, igual, en este caso nuestro plato lleva pescado. Entonces vas a tomar dos fetas de salmón por persona y las vas a ubicar en el mismo plato donde las vas a servir, rocialas con jugo de lima -puede ser limón- y adornalas con la ralladura de la misma. A un costado poné una cucharada chica de algún queso para untar mezclado con finas hierbas y un puñado de tomates cherry -son ésos bien chicos-. Después vertí encima de esta preparación un hilo de aceite de oliva. Para acompañar prepará unas tostadas con algún pan que tenga aire a «rústico» y colocá encima de cada una, un puñado de caviar. ¡Buon apetito, amico mìo!
– Me ofrezco a acompañarte a la estación de tren porque tengo que ir al pueblo a hacer algunas compras.

Y así terminó Z la entrevista, con buen humor y bastante hambre.

ENTREVISTAS IMAGINARIAS: SÉPTIMA Y OCTAVA

por Norma Alasia

 

– Hoy es martes 13, dijo Simon.
– ¿A qué viene eso?, preguntó Álvaro.
– Soy superticioso y preferiría saltearlo; quizás podamos convencer a los chicos para transmitir un programa grabado. ¿Sabías que en algunos hoteles se saltean el piso o la habitación número 13?
– Sí, pero lo considero estúpido.
– ¿Qué cosa es estúpida?, preguntó Cynthia.
– Saltearnos el programa porque hoy es martes 13, dijo Simon.
– No veo el motivo para hacerlo; si te querés hacer un favor dejá la superstición fuera de tu vida. Te vas a sentir más libre y vas a vivir mejor. Además, me gustaría recordarte que hoy tenemos que grabar dos programas, aunque salen al aire uno por vez.
– Lo sé y creo que estoy por sufrir una crisis de nervios.
– ¿Quién quiere vivir mejor?, preguntó Z mientras entraba a la cocina.
– Todos podemos vivir mejor si nos lo proponemos, contestó Cynthia. La conversación comenzó cuando Simon propuso que nos salteáramos el programa por ser hoy martes 13.
– ¡Ah, por la mala suerte!, exclamó Z. Para mí lo importante es que estemos en sintonía con nuestro invitado y hoy tenemos dos. Vienen Anita Howars, quien viaja y escribe sin parar y John Miles que, además de pintar y escribir algunos tratados al mejor estilo Rodin, hizo alguna que otra novela histórica.
– Te apasionan las novelas históricas, afirmó Cynthia.
– Sí, tengo que reconocer que son una especie de debilidad, como el chocolate. Las saboreo despacio y con tranquilidad.
– ¿Y te acordás quién es nuestro primer invitado?, preguntó Cynthia a Z.
– Anita Howard, respondió Z con voz firme.
– Es una persona emocionante, derrocha energía.
– Mientras leía su currículum pensé en todo lo que me perdí, pero de ahora en más tiene que ser distinto. Tenemos que tomarnos vacaciones aunque sea una vez al año que, para mí es mucho más de lo que me tomé hasta ahora.
– Propongo irnos unos días afuera cada vez que cumplimos alguna etapa que nos hayamos propuesto. Me refiero a irnos un par de días, nada más y una vez al año podríamos hacer algún viaje a otro país, o contienente, o hemisferio.
– ¡Stop!, ¿y qué tal si empezamos por ese faro?, propuso la joven.
– ¡Una corrida hasta el faro!, gritó Z.

 

– Recuerdo un amanecer, llegaba a New York desde Sudamérica y fue emocionante ver la silueta de la Gran Manzana iluminada por los primeros rayos de sol al entrar en Manhattan. En cuanto llegué al hotel dejé las valijas y fui a caminar por la ciudad, sin darme cuenta y mientras comía una rosquilla con mucho glaseado me encontré en el Rockefeller Center. Ahí me quedé por un buen rato, disfrutando de la música de un saxofonista. Estaban ensayando un espectáculo y muchas personas se encontraban dando vueltas por la pista de patinaje, debajo de la famosa  estatua pero el músico… él continuaba a sonar. Fue un momento mágico.
–  ¿Es New York la ciudad que más te llega?
– Me gusta la manera en que me lo preguntaste: «la ciudad que más te llega». Digamos que es una de las que visito con más frecuencia junto con Londres y París; a Tokio fui sólo una vez pero voy a regresar en breve.
– ¿Vas a trabajar?
– Exacto. Estoy por comenzar un nuevo libro, ya empecé a hacer los primeros borradores. En esta etapa escribo mis ideas a mano, en un cuaderno o en hojas sueltas, depende de dónde me encuentre cuando me vienen las ideas y cuando llego al lugar en donde me esté alojando continúo a escribir en mi iPad o en mi MacBook, las llevo conmigo a todas partes.
– Comenzaste tu carrera como periodista de viajes, recuerdo que así te gustaba que te llamen y ahora también escribís novelas.
– Sí, a decir verdad escribo lo que siento que tengo que escribir; en la actualidad estoy preparando un libro con dos o tres historias que se desarrollan en Europa pero no te puedo adelantar más porque no lo sé. Sólo tengo en claro que lo voy a escribir en Japón, lejos del escenario donde se van a desarrollar, voy a comenzar a escribir en Tokio y después pienso ir a Osaka. Tengo planeado mi viaje desde que leí, hace unos cuantos años, «Viaje a Japón» de Rudyard Kipling y llevo conmigo algunos párrafos como éste: «los japoneses organizan muchas de sus festividades en honor a las flores y esto es sin duda recomendable, porque las flores son las divinidades más tolerantes». ¿Te das cuenta de lo que se siente al leer esta frase o soy sólo yo la que lo siente?
– Me animo a decir que en esta casa y entre nosotros está caminando el espíritu de las «divinidades tolerantes», respondió inmediatamente Z mirando a Cynthia con amor.
– Gracias por entenderme; cuando estoy comenzando un nuevo libro o cuando me encuentro en la etapa de desarrollo de una nueva idea necesito que me apoyen, como lo acabás de hacer, por eso en ese período llamo a mis familiares y amigos. Por lo general, les hablo de cualquier tema menos del proyecto en el que estoy trabajando pero escucharlos me anima a seguir adelante.
– ¿Y acostumbrás a viajar sola?
– Depende, pero pocas veces planifico mis viajes con alguien, a no ser que sean viajes de placer.
– O sea vacaciones.
– Sí, una o dos veces por año me tomo vacaciones; el resto del tiempo lo paso en algún lugar escribiendo. Cuando comienzo un proyecto pienso en dónde puedo desarrollarlo y si no se me ocurre ningún lugar hago lo que hizo Pablo Neruda cuando le preguntaron dónde quería comenzar su carrera como Cónsul, giró un globo terráqueo y señaló un punto cualquiera; así fue como terminó en la India y no le fue nada mal. Pero en cuanto a mi próximo destino, Japón, fue una elección que llevaba dentro desde hacía mucho tiempo. Visualizo desde hace mucho mi llegada a Osaka entre flores de cerezos. ¡Es maravilloso!
– Por lo que vi en tu curriculum, tu carrera no es demasiado extensa pero es intensa.
– ¿Y cómo llegaste a mi currículum?, preguntó Anita Howard.
– De eso se ocupa mi productora; ella llega adonde nadie puede, respondió el periodista con orgullo.
– ¡Felicitaciones a la producción, entonces! Y respondiendo a tu pregunta, sí, viajo mucho y poco a poco fui construyendo una carrera y una vida intensas. Comencé en Sudamérica: Argentina y Brasil; seguí por New York, Orlando y Miami para continuar por Europa: Francia, Suiza, Italia, España e Inglaterra. Cuando empecé a viajar creí que me iba a maravillar con Europa y su increíble patrimonio cultural pero inmediatamente después comencé a valorar cada lugar por lo que es.
– Entonces no tenés un lugar preferido.
– Elijo cada ciudad según mi estado de ánimo, pero me gusta desayunar en Londres, frente al Hyde Park y después caminar por este parque disfrutando de sus colores y de su aire fresco; incluso hice yoga ahí durante algunas semanas de otoño hace dos años, fue una experiencia inolvidable. Los momentos del día se pueden vivir bien en cualquier lugar, siempre que uno tenga buena predisposición, pero la magia de las mañanas y de las noches se da en determinados sitios. París tiene mucho glamour cuando cae el sol, esto todos lo sabemos y me gusta caminar por sus calles y disfrutar de sus restaurantes por la noche. Me inspira y me ayuda a crear. El contacto con la gente también es muy importante; muchas veces escuché elogiar sobremanera a un determinado tipo de persona dependiendo de su color de piel o de su situación económica pero yo creo que podemos aprender de todos. Nadie es mejor o peor, cada individuo tiene lo suyo.
– Hasta ahora no nos contaste ninguna experiencia acerca del mar; ¿es que no te gustan el agua, el sol y la arena?
– Tienen su encanto fuera de temporada; cuando era chica y adolescente fui de vacaciones todos los años junto a mi familia -padres, abuelos, tíos y primos- al mismo lugar. Me aturdía la locura de la playa aunque me gustaba caminar por la orilla del mar pero, decididamente, disfruto más de las ciudades. Estoy convencida de que es uno quien lleva la paz, o no, adonde quiera que vaya. Es decir, si estás en paz con vos mismo te vas a sentir bien tomando sol en una playa o en una reposera del Hyde Park.
– Fue una entrevista interesante, dijo Cynthia.
– Decididamente, agregó Z. ¿Cuál será nuestro próximo destino?
– John Miles y la novela histórica en menos de dos horas, respondió la joven con dulzura.

 

– ¡John!, exclamó Z al extender su mano.
– ¿A qué viene esta casa? ¿Y esa vista? Enloqueciste, amigo, dijo el invitado.
– En realidad nunca fui muy normal pero me las arreglaba para disimularlo, contestó Z riendo.
– Realmente expectacular; tus vecinos más cercanos son las gaviotas y los míos son el viejo rezongón del segundo piso y el medio sordo del primero, eso sin contar a las encantadores señoras de ambos, una grita todo el tiempo y la otra se la pasa en la puerta del edificio con la escoba en la mano.
– ¡John, qué gusto verte!
– ¿Es cierto que estás de novia con este sujeto?, preguntó el escritor. Sos simpática, inteligente y muy bonita en cambio él, mirálo. (Cynthia miró fijo a Z.)
– Él es listo, serio, audaz y muy pero muy atractivo, eso sin contar que es famoso; ayer le pidieron un autógrafo en el restaurante, respondió la orgullosa novia.
– ¿Y lo firmaste?, dijo Miles.
– ¡Por supuesto!, respondió Z. Soy el chico de ciudad que vino a este pueblo a traer nuevos aires y algo de turismo, no puedo permitirme ser antipático, contestó el periodista mientras se sentaba frente al entrevistado. Y ahora, contános en qué andás.
– Me apasioné con el Medioevo, no sé qué me pasó, pero todo comenzó en una feria temática. Unos amigos me invitaron a ir a una feria donde sólo podían acudir aquellos que estaban vestidos acorde con los tiempos que se representaban y, si bien me costó moverme con soltura y comer con la mano, me entusiasmé. Cuando llegué a casa busqué desesperado «El nombre de la rosa» y después de devorarlo me decidí a estudiar la Edad Media: su gente, sus costumbres, su ropa, la comida y casi un año y medio después acá me encuentro, presentando mi nuevo libro.
– Que se llama «Medioevo total», agregó el periodista.
– Sí, el título puede que resulte informal pero la investigación que lo precede está hecha a conciencia y confío en que el público va a saber apreciarlo. Regalé algunos ejemplares en un tea party que organizó la editorial hace unos días y algunos amigos ya me llamaron para felicitarme; es un buen comienzo.
– Sí, nosotros también recibimos tu invitación junto con un ejemplar que te agradecemos sinceramente. Cynthia y yo comenzamos a leerlo y en lo que a mí respecta puedo asegurar que es una lectura para disfrutar con tranquilidad; me resultaron muy cómodas las anotaciones a pie de página y la información complementaria en el dossier al final del libro.
– Reconozco que es una novela con más profundidad que las dos primeras que escribí; en ésta hay datos que tenés que conocer o, de lo contrario, te perdés en la historia.
– ¿Y cómo fue que comenzaste con este género? Nos conocimos cuando escribías las crónicas policiales en el periódico de tu pueblo, ¿te acordás?
– Por supuesto; en ese entonces tenía como hobby escribir cuentos inspirados en los casos que se me presentaban en el diario hasta que mi editor me propuso publicarlos. Después comencé a hacer periodismo de investigación y dejé la escritura pero sentía que me estaba faltando algo y al volver de un viaje a Egipto tuve la idea de novelar un fragmento de la historia de ese país. Eso también se publicó; después fui a Grecia por un par de semanas con la intención de buscar material para mi siguiente trabajo y terminé quedándome seis meses. Ahora acá estoy, disfrutando de esta serie de presentaciones con el lanzamiento de mi libro y preparándome psicológicamente para un viaje de tres meses por Europa; este viaje va a ser el comienzo de  «Medioevo total II».
– Es importante destacar que de cada libro tuyo se hicieron reediciones; cuando leí este dato me sentí bien, realmente bien porque es un reflejo de que la gente sigue interesada por conservar la memoria. Del pasado nos nutrimos y aprendemos. La historia nos marca el sendero que tenemos que seguir para equivocarnos un poco menos, dijo Z con convicción.
– Concuerdo al ciento por ciento, de lo contrario escribiría sobre otra temática. Poca gente sabe que cuando era adolescente escribía historias para chicos; tuve esa idea porque mis padres son muy religiosos y, por ende, practicantes; entonces los sábados por la tarde y los domingos por la mañana me obligaban a ir a la iglesia con ellos. Los sábados tenía que entretener a los más chiquitos junto con otros jóvenes como yo, pero un día me encontré solo y sin saber qué hacer con salvajes de cuatro y cinco años; primero los hice correr carreras de embolsados y jugar a la mancha para que se cansaran un poco, después los hice sentar en círculo y comencé a contarles historias de aventuras. Fue ahí cuando me di cuenta de que las historias de piratas no iban a morir nunca y que las de terror pueden dejarlos en silencio por un buen rato, comentó Miles.
– ¿Y qué historias de terror les contabas en la iglesia?, preguntó Z.
– De las que más me asustan, les hablé acerca de lo sobrenatural. De pisos de madera que crujen sin que nadie los pise, del viento que entra llorando por una ventana que se abre sola y de las voces que se escuchan a media noche cuando todos duermen.
– ¿Cómo se te ocurrió algo así?
– Esa etapa de mi vida se la dediqué a Oscar Wilde, puedo decir que lo estudié en profundidad y me sentía inspirado por «El fantasma de Canterville»; fue la única época en la que me divertí en la iglesia y por supuesto que cuando le contaba mis cuentos a los chiquitos trataba de terminarlas bien para evitarme dolores de cabeza con mis padres. Fue una experiencia gratificante, aunque todo terminó cuando el párroco tuvo la idea de que contara historias basadas en la Biblia pero eso no era lo mío, como te podrás imaginar. Entonces cuando cumplí dieciocho años convencí a mi familia de que iba a ser un buen chico y me fui a vivir con mis amigos cerca de la Universidad.
– Pero en la Universidad estudiaste Arte, dijo Z.
– Sí, y me fue muy bien con la pintura y aunque siento que forma parte de mi pasado siempre la llevo conmigo. Quiero decir que no voy a negar al pintor que llevo dentro pero desde hace unos años prefiero expresarme escribiendo.
– Y te lo agradezco, concluyó el periodista.

ENTREVISTAS IMAGINARIAS: SÉPTIMA ENTREVISTA

por Norma Alasia

 

 

– «Estamos hechos de la materia que están hechos nuestros sueños», William Shakespeare; dijo el periodista.
– Esta frase me acompañó a lo largo de mi carrera, es más, me animo a decir que a lo largo de mi vida. Mis padres eran actores y cuando estaban en casa, mi padre siempre nos leía fragmentos de las obras que estaban representando; mi hermana y yo tuvimos la fortuna de que ellos eligieran representar a los clásicos y como es obvio, Shakespeare encabezaba la lista.
– Y como hija de actores, ¿no pensó en dedicarse a la actuación?
– Por fortuna fue mi hermana quien siguió esa carrera; yo siempre tuve inclinación hacia las letras y hubiera sido frustrante para mí dedicarme a otra cosa. Durante un período de mi vida escribí obras de teatro inspiradas en mi familia y mi hermana las protagonizó.
– Las recuerdo, fueron un éxito total.
–  Así es, jamás me lamento por mi pasado, ni de mi familia. La gente suele lamentarse por su vida: algunos dicen haber tenido una triste infancia, otros sufrieron en la adolescencia la pérdida de algún ser querido y ni hablar de la edad adulta. Están quienes recuerdan a algún amor no correspondido o algún embarazo no deseado, en fin, cada cual tiene lo suyo pero pareciera que a ninguno le pasaron cosas buenas. Yo no sé. La vida está teñida de todos los colores del arco iris y de algunos colores que nuestro cerebro no llega a imaginar, colores que se sienten y ésos sólo los puede ver el corazón. ¿Usted sabe que hay quienes afirman sentir colores? Hace poco leí un artículo al respecto en una revista científica. Es inútil quejarse; yo soy de la idea de que hay que aceptar lo que se nos da y hacer con ello, lo mejor que podamos. Es más, me imagino que mi vida está servida en bandeja de plata.
– ¿Servida por quién?
– Me da lo mismo quién me la sirva, póngale el nombre que a Usted más le guste. Lo importante es lo que cada uno hace con ella; yo procuro honrarla día tras día. Y le aseguro que tuve y tengo días que más de cuatro preferirían olvidar, o mejor aún, irían corriendo a un psicoanalista para hablar indefinidamente de «aquello que me dijeron» o «de la pesadilla que tuve». Hay días, semanas, meses que son una pesadilla; si todos fuéramos al psicólogo por eso no bastarían los psicólogos de este Planeta para curarnos. En ese aspecto me siento como la señora que antes de ir al médico toma alguna hierba para que le cure el mal que le aqueja.
– ¿Puede darnos un ejemplo de lo que Usted hace con los males que le aquejan?
– ¿Leyó algún libro mío?
– Sí, y también vi sus obras de teatro.
– Bien, ya sabemos quién tiene que ir al psicólogo en esta sala; dijo con una sonrisa sarcástica Ofelia Sans mirando a la cámara. Respondiendo a su pregunta: todo lo que leyó es fruto de alguna experiencia que viví. ¿Se acuerda del perrito Tomy, la mascota de William Jr.?
Imposible olvidar a Tomy.
– ¿Y qué era lo que caracterizaba a Tomy? ¿Acaso su presencia no llenaba de luz, de alegría, de esplendor cada escena donde estaba? Tuve que hacer un esfuerzo mayúsculo para que fuera así; mi Tomy me acompañó durante mis estudios y lo llevé de vacaciones conmigo los catorce años que pasé con él. Cuando murió mi dolor fue tan grande que lo único que pude hacer fue escribir esa serie de libros que Usted y tanta otra gente leyó. El día que mi Tomy murió la bandeja de plata lucía opaca y decidí sacarle brillo con mis historias y con mis lágrimas. Todavía lo sigo extrañando, nunca más tuve una mascota; en lugar suyo tengo una colección de libros hecha en su memoria. Así es como tomo la vida.

 

– ¿Qué te pareció Ofelia Sans? Te vi a gusto hablando con ella, preguntó Cynthia.
– Me recuerda a alguien y no sé a quién. La primera vez que pensé en esto fue cuando comencé a leer el primer libro de su serie «Amarillo», respondió Z distendido.
– Se te ve tranquilo, casi al borde del buen humor, observó la muchacha.
– Muchas veces estoy de buen humor, el problema es que la gente no lo entiende, respondió el periodista molesto.
– Hablemos del programa de mañana, ¿te parece?; dijo la productora tratando de volver al buen humor inicial.
– ¿Y qué tiene de particular el programa de mañana?
– Que vienen dos invitados.
– Es cierto, me había olvidado.
– Últimamente siento que estás un poco distraído; ¿qué es lo que te está pasando?
– El sol me emborracha, contestó Z tratando de evadir la conversación que, inevitablemente, iba a seguir.
– Está bien, no me cuentes; sé que soy simplemente la productora de tu programa, no tu confesor.
– Podés retirar el «simplemente»; tu presencia en mi vida tiene mucho valor para mí.

Entonces llegó el taxi que Z había llamado unos minutos antes sin que nadie lo advirtiera.

 

– Señor Periodista, qué puntual es Usted, dijo Marie mientras abría la puerta de su residencia. Ella es Clara, mi contadora.
– Es un gusto conocerte, tomé el buen hábito de la lectura gracias a vos.
– Atentas chicas, que soy de los que enseguida «se la creen»; dijo Z con simpatía. Y ahora, a modo de aperitivo, ¿me podés contar cómo fue que te contagié mi costumbre de leer?, preguntó el periodista dirigiéndose a Clara.
– En Manhattan tu programa se trasmite después de la medianoche y yo durante algunos años sufrí de insomnio. Sinceramente, encendía la televisión por costumbre y un día vi que había dos personas hablando, eras vos con un entrevistado que no recuerdo y dejé la señal ahí para escuchar hablar a alguien. Demás está decir que estaba sola y te tengo que confesar que durante un largo período en el que mi TV estaba encencida después de la medianoche, jamás le presté atención. Recuerdo que decidí escucharte con atención el día que murió mi madre; quería dejar de llorar y de pensar cosas inútiles y tu presencia se transformó en un buen hábito para mí.
– Me alegro que así sea. Al fin y al cabo es lo que intentamos, hacer un programa de interés, queremos dejar «algo» a los telespectadores.
– ¿Qué me perdí, alguna confesión interesante?, preguntó Marie mientras traía una bandeja con algunos bocaditos. Éstos son para romper el hielo y esto otro también (a los bocaditos se le sumó una botella de champagne).
– Si comenzamos de esta manera les aseguro, chicas, que vamos a tener una velada más que divertida, dijo Z mientras intentaba descorchar el champagne.
– ¡No estaría mal, una velada divertida con un hombre entre nosotras!, dijo Marie mirando a Clara.
– No es lo que estás pensando, dijo Clara mirando a Z.
– ¿Y quién te dijo que pienso cuando como?, respondió el joven mientras acercaba un bocadito de caviar a su boca.
– ¡Va a ser una noche realmente divertida!, confirmó Marie.

 

Fue entonces cuando Z aprendió a bailar y supo que quizás podía hacer feliz a su chica, le gustaba llamarla así en el mundo de su imaginación, mientras que ésta se lo permitiera y no vinieran los temores y el pesimismo a apoderarse de ella. Lo consolaba pensar que si existía una jaula para encerrar sus sueños también existía una llave para abrirla y él, sólo él podía hacer uso de la misma. Sólo él la poseía, aunque no supiera exactamente dónde la había dejado ni cuándo había sido la última vez que la había visto. Quizás en su niñez.
Esa noche llegó tarde a la casa, lo sabía porque no había sombras; entonces se sentó en el porche a esperar. Algo, en algún momento, debía ocurrir para despertarlo por completo; quizás fuera Cynthia.
Cerró los ojos y cuando los volvió a abrir, vio a la muchacha de sus sueños que lo observaba con una taza de café entre sus manos; era la taza más grande que había en la casa, lo sabía porque otras veces había hecho uso de ella. El café se veía negro, aunque su sabor fuera ligeramente dulce, como a él le gustaba.
Cynthia no hizo preguntas y él tampoco habló pero esa mañana, al tomar entre sus manos la taza acarició suavemente las de ella y se detuvo unos segundos más de lo acostumbrado a observarlas. El primer rayo de sol iluminó la escena y ellos fueron felices; unos minutos después cerraron las cortinas del cuarto de Z.

ENTREVISTAS IMAGINARIAS: UN ATARDECER DESPUÉS DEL TRABAJO

por Norma Alasia

A Z le gusta bailar. Es un dato que muy pocas personas conocen, entre los que se encuentran  sus colaboradores, pero tarde o temprano las cosas se saben. Y cuanto más escondido se quiere tener algo, más rápido sale a la luz. Resumiendo: en breve Cynthia, Simon, Stephen y Álvaro se van a enterar.

El joven periodista por fin se acostumbró a salir solo más allá de sus narices y un atardecer, mientras los demás discutían acerca de los detalles técnicos del programa, Z comenzó a caminar y terminó en un pub. Pero no en uno cualquiera, en uno que estaba de moda; él no seguía las modas y ésta se convertiría en una nueva y divertida aventura.

Todos frecuentaban el bar de Rick; era popular desde los años ’70 cuando Richard S. decidió llevar el bar de «Casablanca» a la vida real. A decir verdad hay quienes ponen en duda que Rick se llame como dice llamarse teniendo en cuenta que su apellido continúa siendo un misterio para todos pero, en el fondo, a quién le importa mientras que continúe atendiendo y manteniendo su pub como lo hace. A diferencia de aquel del film, el lugar es cálido, construido en madera y predominan los colores verde oscuro y bordó; se pueden encontrar diferentes tipos de cervezas y sus picadas son excepcionales. En cuanto a la orquesta está ubicada del mismo modo que en Casablanca y una vez por semana suenan la Marsellesa.

Aquí terminó Z. Aquí decidió beber una cerveza y después otra; en cuanto sintió el primer mareo comenzó a comer tímidamente hasta que una voz femenina y sensual le preguntó, señalando la silla que tenía a su lado:

– ¿Está ocupado?
– No…, no, absolutamente no.
– Soy Marie, mucho gusto; dijo la joven pelirroja.
– Soy Z, respondió nuestro amigo mirándola tímidamente.

Así fue como cada uno siguió comiendo y bebiendo sin decir palabra hasta que el joven sacó su celular del bolsillo de su campera y comenzó a escribir.

– Es un lindo atardecer, fresco y cálido a la vez; ¿te detuviste a observar el horizonte?, comentó la chica.
– Disculpá, pero estaba respondiendo un mensaje. ¿Decías?
– Divagaba sobre el atardecer.
– Sí, es un momento del día que se presta para divagar.
– ¿Dijiste que te llamás Z?
– Exacto.
– ¿Z es un nombre?, preguntó intrigada la joven.
– Lo es para mí.
– ¿Puede ser que nos hayamos visto antes?
– No te recuerdo; pero todo es posible.
– Quizás te haya visto en la televisión. Sí, vos hacés entrevistas.
– Debo suponer que te gusta leer, dijo el periodista.
– Prefiero el cine a los libros pero cuando alguna película me gusta mucho, entonces leo el libro que le dio vida.
– Si es que fue inspirada en algún libro, agregó Z.
– Por supuesto, creí que se daba por entendido. ¿Y qué hace alguien como vos perdido en este lugar?, preguntó Marie.
– Se da el caso que soy un ser humano y, en consecuencia, bebo, camino y entro a lugares como éste que, dicho sea de paso, no está nada mal.
– Es uno de nuestros orgullos, dijo inmediatamente la joven.
– ¿Y cuáles son los otros «orgullos»? Si no te molesta mi pregunta.
– Absolutamente no, pero a veces me desconcierta el aire antipático que tenés; creo que un poco más de cordialidad no te vendría mal.
– Voy a tenerlo en cuenta, respondió Z sorprendido por la observación que le acababan de hacer.
– ¿Te molestó lo que te dije?, preguntó Marie.
– Me sorprendió, eso es todo. Ahora debo irme, el trabajo me espera, dijo Z mientras llamaba al mozo levantando su mano derecha.
– Estás apurado e incómodo; el mío fue un comentario desubicado. En la televisión se te ve bien. ¿Aceptás una última cerveza a modo de disculpa? Prometo estar callada y, si es necesario, hasta puedo irme.
– Acepto un jugo de naranjas, no estoy acostumbrado a beber alcohol.
– ¡Qué así sea!, respondió entusiasta Marie. ¡Rick, por favor, traéle un jugo de naranjas a mi amigo y una cerveza para mí! ¿Y qué estás haciendo acá?, preguntó la pelirroja.
– Intentaba despejar mi mente, dijo Z.
– ¿Te molesta si te pregunto por qué intentabas despejar tu mente?
– Superaste el límite. No me molestás, simplemente acepto mi destino.
– ¿Me estás llamando «destino»?
– ¿Y de qué otra manera podría llamar a esta conversación?
– No suelo ponerle nombre a las conversaciones que mantengo con extraños, tampoco a las que tengo con amigos, es una conversación y basta. Ahora, continuando con «tu destino», dijo la joven con sarcasmo, ¿puedo saber por qué querés despejar tu mente?
– Primero, porque acostumbro a hacerlo, aunque suelo ir a lugares donde no haya nadie.
– Te referís a un lugar donde no te molesten.
– Ésa es la idea; pero no me molestás. Quizás necesite hablar con desconocidos de vez en cuando, dijo Z sin prever las consecuencias.
– Te escucho, respondió Marie con interés por saber todo lo que su interlocutor tenía para decir. ¿Querés hablar de algo en particular?, dijo la joven.
– No, en realidad; no se me ocurre nada que decir; ¿vos querés contarme algo?
– Te cuento que tengo veintisiete años; que soy sociable, como podrás apreciar y que mi color de cabello es natural, igual que mis rulos.
– Interesante. Mi color de cabello también es natural, dijo Z sonriendo, nuevamente. Vos sabés que soy periodista pero yo no sé a qué te dedicás.
– Administro aquel campo, respondió Marie con sencillez.
– Entonces sos administradora.
– Sí, desde que mi padre falleció hace cuatro años. Pero no estoy sola en esto, tengo buenos colaboradores y amigos. Nunca sentí que trabajar en el campo fuera lo mío pero estudié administración de empresas porque sabía que algún día iba a recibir mi herencia. No tengo hermanos y comencé a trabajar en administración cuando me faltaban dos años para recibirme. Ése fue mi destino.
– Por un lado, no está mal; por el otro, siento lo de tu padre, dijo Z.
– Sí, fue repentino y triste para mí, respondió la joven.
– Pero lo importante es que no estás sola, comentó el periodista sin saber qué decir.
– No hablemos de mí, por ahora, agregó Marie con aire divertido. ¿Ves esa máquina? De ahí puede salir muy buena música; ¿qué te gustaría escuchar?. Te advierto que no tenemos a Beethoven ni a Mozart.
– ¿Chopin?, preguntó Z con picardía.
– Tendría que ver, respondió Marie riéndose. Ya vengo.

Y mientras la joven se alejaba Z decidió dejarse llevar por primera vez en su vida.

– ¿Te gusta bailar?, preguntó la chica.
– Lo que te voy a decir es un secreto: sí, me gusta mucho bailar.
– ¡Guauuuuu! Si todos tus secretos son así, la vamos a pasar bien. Concisos y breves, nada de Freud ni Jung y toda esa historia rebuscada que muchos tienen.
– Me gustaría escucharte decir que no soy una persona complicada, dijo Z, pero dudo que al final de todo esto…
– Podés decir «destino» sin problemas, entendí que para vos es sinónimo de conversación, interrupió Marie cada vez más divertida.
– ¿Y qué fue lo que te llevó a querer hablar conmigo?, preguntó Z con temor.
– No frecuentás este lugar ni vivís en los alrededores, eso me lleva a decir que sos un extraño y que los extraños me despiertan curiosidad. Pero a esto debo sumarle el hecho de que me resultabas cara conocida, lo que me despertaba aún más curiosidad.
– Y resulté ser el periodista de la televisión. Debo irme, gracias por el jugo.
– ¿Nos vamos a volver a ver?, preguntó Marie.
– Lo dudo pero nunca se sabe.
– ¿Cómo podría hacer para que aceptaras cenar conmigo?, preguntó la joven.
– Sos muy simpática pero no…
– Tengo novia en Manhattan, interrumpió Marie.
– ¡Ah!, respondió Z intentando no parecer asombrado.
– Te acabo de contar mi secreto.
– Ahora entiendo por qué de repente bajaste la voz. Cuando quieras cenamos, dijo el joven.
– A ver si entiendo, aceptaste cuando te dije que tenía novia.
– Así es y no preguntes por qué.
– No lo voy a hacer, es obvio. Estás enamorado y ella no lo sabe. Además, puede enterarse «de lo nuestro» que, en realidad, es una simple conversación llamada «destino». ¿Hay algo más que ella no deba saber?
– Sí, que me gusta bailar, respondió Z mientras sus mejillas se teñían de rojo bermellón.
– ¡Pero podría ser divertido!, exclamó la joven. ¿Y por qué no tiene que saber que te gusta bailar?
– Porque ella me conoce en el plano laboral.
– Entiendo, pero más allá de lo laboral hay una vida, pensó en voz alta Marie. ¿Y qué te gusta bailar?
– Es complicado decirlo porque hace mucho que no bailo. Ni siquiera sé si me acuerdo de cómo se hace.
– Vení mañana a mi casa, te espero a las ocho y media, cenamos algo ligero y te refresco la memoria. ¡Ah!, con nosotros va a estar mi contadora. Acaba de llegar de Manhattan y como fue un viaje repentino se está quedando en casa; en esta época del año los hoteles suelen estar llenos.

ENTREVISTAS IMAGINARIAS: SEXTA ENTREVISTA

por Norma Alasia

 

– Comencé a escribir mi primera novela una noche de verano. Había ido a pasar el día al campo de unos familiares y yo no soy un tipo de campo, quizás eso esté a la vista y vi cosas que me impresionaron que prefiero no recordar. Desde ese entonces soy vegetariano. Y me contaron vivencias que escuché con interés porque me interesa incorporar, día a día, nuevos conocimientos y elegí guardar en mi memoria el que me resultó más familiar. Mi tío tenía una jaula enorme llena de pájaros de diferentes tipos y me contó que estas aves, al cantar, expresaban su sufrimiento por estar encerradas. Es tremendamente cruel prohibirles su libertad conociendo esto y, sin embargo, él disfrutaba al oírlos «cantar». Entonces empecé a cuestionarme sobre el comportamiento de nosotros, los «seres humanos» y, a partir de aquí, nació mi primer libro.
– ¿Le dijiste a tu tío lo que nos acabás de contar?
– No, pensé que no me iba a entender; nuestros mundos eran muy diferentes. Pero esto no cambió para nada lo que siempre sentí por él; yo era su sobrino favorito y me lo demostraba, por eso siempre me invitaba a pasar unos días en su casa. En realidad le molestaba la presencia de otras personas pero conmigo era distinto. Cuando falleció lo sentí mucho.
– Siguiendo tu bibliografía se aprecia un inmediato cambio de rumbo a partir de tu segunda novela.
– Sí, pero estoy convencido de que se trató de la liberación que sentí cuando me decidí a publicar mi primer libro, me liberé emocionalmente, salí de mi jaula interior y comencé a volar; todavía sigo volando y recorriendo tierras desconocidas y lo voy a hacer hasta el día en que muera. Cuando no sienta fuerzas para explorar territorios desconocidos voy a saber que llegué al final pero espero que esto nunca me suceda, quiero irme de este mundo sin darme cuenta.
– ¿Pensás a menudo en la muerte?
– Sí, no es una constante pero la muerte está presente en mi vida, no me es indiferente. La muerte forma parte de nuestras vidas; es tan natural como nacer, respirar, sonreír o llorar, la única diferencia es que le tememos porque a través de ella pasamos a un mundo desconocido y por lo general, le tememos a lo desconocido. En cambio yo aprendí a enfrentar lo desconocido con la frente alta y con mi paso firme y con este sentimiento y esta conducta sé que voy a presentarme frente a la muerte, cuando me llegue.
– Tu último libro fue el más vendido el año pasado y lo mismo pasó con tu libro anterior, vas por la 20a edición de la novela que te «consagró» -por así decirlo- y por lo que sé, tus libros son traducidos hasta en dialectos y en países donde se publica muy poco. ¿A qué se debe?
– Lo mismo me pregunto cada día y como todavía no encontré una respuesta me conformo con agradecer a Dios, o como sea que se llame ese Ser Superior, y sigo escribiendo. ¿Para qué detenerme cuando puedo seguir trabajando y siendo feliz y haciendo felices a los demás?

Z terminó la entrevista a un escritor que había leído a las apuradas, porque nunca antes su obra le había atraído hasta que Cynthia le mencionó la posibilidad de entrevistarlo, reflexionando acerca de la muerte y considerando la posibilidad de no temerle.

– Hoy estás silencioso y se te ve pensativo, dijo Cynthia mientras le acercaba a Z una taza de té.
– ¿Me prometés que no te vas a reír de mí?
– Te doy mi palabra.
– Ese tipo hablaba de la muerte de una manera que comencé a temerle, o a considerarla. Sí, es eso, ahora soy consciente de que un día voy a morir.
– Lo llamaste «ese tipo»; hoy no disfrutaste tu trabajo.
– En absoluto, y me molesta no haberlo hecho. Sabés cuánto amo mi profesión.
– Date la oportunidad de ser un ser humano. No es que no lo seas o que no te comportes como tal, todo lo contrario. Es que no sos consciente de tus debilidades.
– Cuando quieras podemos finalizar nuestra conversación, voy a terminar sintiéndome peor que antes por ser un ser humano horrible.
– Si así fuera yo no estaría aquí, es más, ni siquiera me hubiera acercado a vos; sin embargo, acá estoy, desde hace dos años.
– Es verdad, fuiste vos la que buscó conversar conmigo.
– Ni siquiera me habías visto, dijo Cynthia esquivando la mirada de Z para, luego, quedarse en silencio.
– Te escucho, sé que tenés algo más para decirme.
– Nadie me invitó a la fiesta donde nos conocimos; Laura me cae mal y yo a ella pero fui sabiendo que ibas a estar ahí y después de que me diste tu número de teléfono salí corriendo antes de que Laura me viera. Te había visto una vez por televisión y seguía tu columna diaria y me gustaba escucharte por radio, aunque tu programa fuera tarde y yo tuviera que levantarme temprano. Me resultabas interesante para «invertir en vos»; mis padres invirtieron en mí costeando mis estudios y yo quería empezar mi carrera como productora con el pie derecho.
– ¿Entonces yo soy «tu pie derecho»?, preguntó Z dejando ver su dulce sonrisa.
– Exacto, pero atención, que un pie puede dar un mal paso y echar a perder una excelente caminata. Me sucedió una vez, iba de excursión con la escuela; dijo Cynthia con aire intimidatorio.
– Sí, la época de estudiante a veces es dura, agregó Z mientras la acariciaba con su mirada.

ENTREVISTAS IMAGINARIAS: QUINTA ENTREVISTA

por Norma Alasia

 

­­– Usted conoció el exilio siendo muy joven.
 Exacto. Me fui de mi país cuando todavía estaba cursando la carrera de Bellas Artes en la universidad estatal. Por aquel entonces, todo se había vuelto difícil. Nosotros, me refiero a la chica que era mi pareja y yo, nos dedicábamos a lo nuestro, ni siquiera íbamos a manifestaciones en la cuales no creíamos. La mayoría de nuestros amigos participaban en diferentes grupos pero nosotros estábamos en un período que siempre llamamos «dark», debido a que por alguna razón nos concentramos en el análisis minucioso del arte de la Baja Edad Media. Nuestra intención era terminar con este período para saltar «a la luz»; pretendíamos invitar a estudiantes de distintas ramas del arte para recrear el paso de la Edad Media al Renacimiento y detenernos ahí para formar una especie de exhibición artística mostrando el resultado de nuestro trabajo. Incluso habíamos fantaseado en tener un grupo sólido que trabajara las distintas etapas del arte con la finalidad de hacer muestras bienales.
– Pero todo quedó en la nada.
– Sí, porque nos dimos cuenta de que no era el momento justo; muchos de nuestros amigos se habían ido al exterior o al interior del país, a pueblos en donde les resultara fácil esconderse. A veces las grandes ciudades suelen ser el peor escondite, hablo por lo que me tocó vivir. Entonces un día, nuestros padres que, a decir verdad, no se conocían personalmente, nos dijeron que querían que nos reuniéramos los seis para hablar. Aceptamos sorprendidos y ellos nos estaban esperando con unos billetes de avión en la mano; nos dijeron que preferían tenernos lejos a perdernos para siempre. Era el mediodía de un día lluvioso, a mediados de abril y los pasajes eran para esa misma noche. Nuestro destino era ciudad de México y allí estuvimos un tiempo sin poder adaptarnos, ni siqueira teníamos ganas de pintar; entonces decidimos ir a París, sentíamos que Montmartre era nuestra. Si bien no fue exactamente así, nos quedamos en la ciudad que nosotros llamábamos «de Cortázar» y poco a poco, con la ayuda de gente que se encontraba en nuestra misma situación y con otras personas que jugaron el rol de «mecenas», vivimos nuestro propio Renacimiento de una manera muy distinta a la que habíamos imaginado.
– ¿Fue un Renacimiento en sus vidas personales y en sus vidas como artistas?
– Entendiste a la perfección; quizás esté comenzando a expresarme correctamente cuando hablo de aquel período de mi vida; siempre me costó mucho trabajo hablar de aquello.
– No era mi entención incomodarlo. Quería recorrer su vida paso a paso porque, hasta donde yo sé, a su «Renacimiento» como artista plástico le siguió la etapa en la que se convirtió en escritor.
– Así es y todo sucedió sin que me diera cuenta. Mi pareja y yo decidimos separarnos, éramos buenos amigos pero no podíamos seguir conviviendo, se estaba volviendo incómodo. Entonces, cuando ella me dijo que se iba a vivir con unas amigas, le dije que se llevara nuestras cosas; tomó unos cuantos pinceles y algunos materiales para trabajar: óleo, acrílico. Pero yo le dije que se llevara todo, pensó que había enloquecido y creo que tenía algo de razón, si hasta le di mi caballete, le pedí que me lo tuviera en custodia por un tiempo ya que había decidido hacer un viaje y no sabía cuándo iba a regresar. Comencé recorriendo Francia, después pasé a Bélgica y de ahí en más, no sé, fue un largo camino que duró tres años. Poco tiempo después de haber vuelto a París nos encontramos una mañana en la panadería; fue gracioso ver la expresión de su rostro, estaba segura de que me «había pasado algo», éstas fueron sus palabras, yo diría que estaba segura de que estaba muerto. Me contó que estaba casada y que era madre de una hermosa nena a quien había dejado con su abuela paterna y que ella estaba trabajando como profesora de Pintura por la tarde y su marido, a esa hora, se encontraba en el trabajo. Yo, simplemente, había ido a comprar una baguette; estaba viviendo en el departamento de un amigo, cerca de la panadería.
– ¿Fue en ese entonces cuando empezó su carrera como escritor?
– Fue durante el viaje. La primera noche que pasé fuera de París me decidí a escribir lo que me estaba pasando, todo lo que estaba sintiendo; de lo contrario, mi vida se iba a tranformar en un infierno sin sentido. Después de tres años tenía escrito dos libros y apenas llegué a la Ciudad uno de mis amigos me contactó con su editor quien dijo que por mis venas corría tinta en vez de sangre. Unos meses más tarde, la Editorial estaba hablando de una segunda edición y para la Navidad siguiente, mi segundo hijo salió a la luz. Estaba pasando todo muy rápido pero eran cosas positivas y decidí seguir adelante sin pensar demasiado en el asunto.
– ¿En ningún momento extrañó pintar?
– Cuando llegué a París con la intención de radicarme ahí, no. Durante mi viaje debo reconocer que sí, por eso hice algunos trabajos que hoy llenan de orgullo a sus dueños, por aquel entonces sólo les habían gustado. Pinté un par de frescos en las paredes de un bar en Estocolmo, las otras las pinté al estilo «pintor de brocha gorda», que para eso había estado contratado; recuerdo cuando le dije al dueño del bar que podía hacer algunos dibujos, me miró sorprendido y me respondió que no me iba a pagar ni un centavo más de lo pactado. Le respondí que iba a necesitar que me pague el almuerzo y cuando terminé mi primer fresco me propuso darme una habitación para dormir gratis más el almuerzo. Pocos días antes de reabrir el bar vino con su hermano y socio y me dijeron que tenían otro trabajo para mí. Terminé haciendo un segundo fresco y comiendo y durmiendo gratis pero me pagaron lo que habíamos estipulado al comienzo. Siempre les estuve agradecidos y, cada tanto, cuando siento la necesidad de desintoxicarme del mundo agitado que se vive en la ciudad voy a visitarlos, nos hicimos buenos amigos.
– Imagino que entre fresco y fresco su libro seguía creciendo.
– Sí, porque nunca fui amante de la televisión ni del alcohol, entonces por las noches no tenía demasiado que hacer. Al comienzo de mi carrera como escritor trabajaba exclusivamente por las noches y después exclusivamente por las mañanas, desde las seis hasta las doce; ahora trabajo todo el tiempo. Cuando estoy en la última etapa de un trabajo descanso poco y nada pero cuando lo termino en tiempo, quiero decir cuando no tengo que pedir una prórroga en la editorial, me siento tranquilo.
– ¿Y su esposa no se queja de que usted sea tan obsesionado por su trabajo?
– Nosotros nos conocimos hace sólo diez años; ya estábamos en edad de jubilarnos pero le expliqué que en mi trabajo la jubilación llegaba junto con el cementerio.
– ¿Ella a qué se dedica?
– Tiene un negocio donde hacen tortas artesanales, trabaja junto con su amiga y socia y algunas chicas estudiantes. En el trabajo de ellas tampoco existe la jubilación, entonces un par de veces al año hacemos un viaje para despejar nuestras mentes.
– Su último libro tuvo un éxito de ventas sin precedentes; ¿ahora en qué está trabajando?
– Estoy escribiendo semanalmente para un periódico, como sabrás, resultó ser más empeñativo de lo que había imaginado. Nunca antes había colaborado semanalmente y lleva su tiempo. Además, estoy haciendo un ensayo pero no me gusta hablar de mi «trabajo en curso».
– Respeto su decisión y le agradezco que haya viajado tanto para estar con nosotros.
– Debo confesarte que la invitación que me hicieron para venir a tu programa sirvió como motivador para hacer un viaje «relax». Tuvimos un largo camino para llegar hasta acá pero la vuelta va a ser muy placentera, lo sé. Mi esposa y yo somos los agradecidos.

ENTREVISTAS IMAGINARIAS: PRIMER FIN DE SEMANA

por Norma Alasia

 

– Disfruto caminar por la mañana bien temprano, fue un hábito que tomé cuando era estudiante en la Universidad, dijo Cynthia.
– En cambio yo prefiero correr, tiene más acción; respondió Z. ¿Y qué tenemos previsto para el día de hoy?
– ¿Te preocupa que sea sábado y no tengamos que hacer el programa?
– En realidad tengo trabajo, como todos los días; los fines de semana acostumbro a prepararme para mi semana laboral, no tengo de qué preocuparme.
– Pensaba relajarme yendo al mar, tenía ganas de darme un chapuzón.
– ¿Y desde cuándo te gusta nadar?, preguntó Z.
– Desde hoy; estamos acá, con el mar frente a nosotros y en la playa corre un encantador aire fresco que me inspira. El calor me molesta, lo sabés bien, y la brisa marina me inspira; sólo quiero darme un chapuzón, puedo ir sola ya que en ningún momento imaginé que podía ir acompañada a la playa.
– Me parece bien; yo voy a leer y, además, tengo varios mails que contestar.

Así fue como cada uno pasó el sábado por su lado, comiendo lo que tenían al alcance de la mano;  para Z el almuerzo consistió en un sandwich de jamón con tomate y para Cynthia, una porción de pescado frito con ensalada.

– Me costó encontrarte, dijo Z mientras tomaba asiento al lado de su productora.
– Nuestra playa es bastante solitaria y no pasan vendedores por ahí, tuve que alejarme para comprar mi almuerzo, respondió Cynthia.
– Te traje tu celular; en realidad vine porque sonó varias veces y no quise responder porque no es asunto mío pero pensé que podía ser algo urgente.
– Mi hermano, es el número de celular de mi hermano; está de vacaciones en la otra parte del mundo, pero me mandó un mensaje. Simplemente no podía dormir y quería saber cómo estaba, más tarde le respondo, quizás haya conciliado el sueño y no quiero despertarlo. Gracias por molestarte en venir hasta acá.
– A decir verdad, el día se estaba poniendo monótono y vi el sol, sentí el aire marino y el sonido que hacen las olas cuando rompen en aquel acantilado y pensé en vos, en que podíamos darnos un chapuzón juntos.
– Me parece una idea genial pero antes debemos, enfatizo la palabra debemos, compartir un helado gigante. ¿Ves aquel vendedor? Prepara unas copas heladas estupendas; ¿almorzaste?
– Sí pero un suculento postre no me vendría nada mal, considerando que mi almuerzo fue un poco escuálido.
– ¡Un almuerzo escuálido! Ésa estuvo buena; ¿los chicos no están en la casa?
– No, ellos se levantaron tarde y se fueron a pasar el fin de semana a la ciudad más cercana.
– ¿A cuál?
– No sé y creo que ellos tampoco lo sabían. Me invitaron a ir pero preferí quedarme; es que no tienen el concepto de sábado por la noche que tengo yo, dijo Z mientras Cynthia miraba interesada las diferentes opciones de copas heladas que se le presentaban.
– ¿Ésa te parece bien? Tiene fruta fresca y fruta seca; además la sirven en una copa de cucurucho que podemos llevar y tiene capacidad para cuatro gustos distintos de helado; yo quiero un poco de jarabe de chocolate sobre mi parte. ¿Y vos?, preguntó la joven.
– Excelente opción para un semi hambriento, agregó Z a media voz pero Cynthia no lo escuchó, estaba ocupada explicándole al vendedor cómo quería que sirviera el postre.
– ¿Te decidiste por el jarabe o preferís comer el helado solo?
– ¡Que sea todo cubierto con jarabe de chocolate!, quiero evitar peleas.
– ¿A qué te referís?
– Invito yo, dijo Z ignorando la pregunta.
– Da igual; esta vez pagás vos y yo, la próxima. ¿Por qué dijiste que querías evitar una pelea?
– Fue una broma, pensé que si yo, por ejemplo, elegía jarabe de frutilla y vos me pedías probarlo y que si finalmente te gustaba más que el tuyo podías querer comer mi parte de helado y podíamos pelear por eso.
– ¡Ah..! dijo la joven con indiferencia. En este momento sus cinco sentidos estaban concentrados en la copa helada y nada más parecía importarle.
– Es muy bueno, dijo Z mientras la invitaba a sentarse sobre la arena.
– ¿Se puede pedir algo más que esto?, pensó Cynthia en voz alta.
– Se me ocurren varias cosas, respondió el joven, pero digamos que «esto» no está nada mal.
– ¿Y cuáles son las cosas que se te ocurren?
– No sé, lo dije por decir pero estuvo bien que hayas descubierto este lugar, es nuestro primer fin de semana aquí y ya sabemos dónde ir a comer un buen postre. ¿Y qué tal estuvo tu almuerzo?
– Bien, comí pescado con ensalada, me pareció que las papas fritas que venían con el menú me podían caer pesadas y fue entonces cuando me decidí por la ensalada verde. Tuve que pagar un extra pero no fue mucho; aquí son todos muy amables. ¿Vos qué opinás?
– Sos la única persona con la que tuve contacto en el día de hoy y vos sabés con quiénes hablé durante la semana.
– ¿No saliste de la casa en toda la semana?
– ¿Acaso viste que lo hiciera?
– No, pero pensé que mientras yo me duchaba quizás habías salido a dar una vuelta, no sé… O que una mañana mientras corrías te habías cruzado con alguien y habías intercambiado alguna palabra con alguien.
– Algún que otro saludo; ahora que pienso tenés razón, todas las personas con las que me crucé  me saludaron y respondí al saludo, of course, pero no me detuve a hablar con nadie.
– Este helado es estupendo, creo que hoy no voy a cenar.
– ¿Justo hoy que pensaba cocinar?, dijo Z.
– ¡Mentiroso!, agregó Cynthia, mientras le sonreía con cuerpo y alma.

ENTREVISTAS IMAGINARIAS: CUARTA ENTREVISTA

por Norma Alasia

– Estoy enamorado, dijo Simon mientras entraba a la cocina.
– Soy sordo, dijo Z sin levantar su vista del iPad.
– Nosotros hace años que estamos enamorados y no hacemos tanto alarde, agregó Álvaro.
– Hay que saber cuándo permanecer callado, dijo Stephen a su novio.
– Aprecio tu sensatez, dijo Z a Stephen, podés quedarte cuanto quieras.
– ¡Buenos días, gente!, dijo Cynthia al entrar en la cocina, mientras se sacaba los auriculares.
– ¿De dónde venís?, ¿cuándo te fuiste? No te escuché salir, dijo Álvaro.
– Viene de correr, por lo que veo; y se fue a las siete de la mañana, por lo que escuché, comentó Z mientras continuaba leyendo el periódico on line.
– Yo no la escuché, dijo Álvaro con énfasis.
– Es que a veces dormís profundamente, le dijo Stephen mientras acariciaba su cabello con suavidad.
– Quiere decir que roncás, agregó Z.
– ¡Yo no ronco! ¡Decíle al «señor sabelotodo» que no ronco!, fueron las palabras de súplica de Álvaro hacia su novio.
– A veces respirás fuerte, pero no me molesta.
– A mi sí, dijo Z al sonidista.
– ¡Dije que estaba enamorado!, agregó Simon con insistencia.
– ¿Estás enamorado?, ¡genial!, ¡te felicito!, exclamó Cynthia. ¿Quién es?
– Se trata de una chica que conocí el otro día.
– Tu profunda respuesta me conmueve hasta las lágrimas, comentó Z.
– Quizás no sea profundo pero al menos soy capaz de expresar mis sentimientos, respondió Simon.
– ¿Y dónde se conocieron?, preguntó Stephen con la intención de aliviar tensiones.
– En la playa, en un torneo de voley. Siempre me destaqué por ser bueno en los deportes.
– Y allí estaba ella, agregó Cynthia.
– Sí, Karina es muy dulce. Estaba viendo el torneo con un par de amigas, compiten su hermano y el novio de una de las chicas.
– Traéla cuando quieras, dijo Cynthia.
– Creí que para invitar gente a la casa teníamos que ir a votación, agregó Z.
– Traéla cuando quieras, dijeron todos al unísono.

 

Clarisa M., como se hace llamar, es una señora de edad incierta que puede variar entre los cincuenta y cincuenta y cinco años. Sus cabellos cortos, blancos y a medio peinar no ayudan a definir con exactitud cuántos años tiene. Es conocida en el ambiente por su elegancia y su talento.

– ¡Clarisa, qué gusto verte entre nosotros!, exclamó Cynthia con efusividad.
– El gusto es mío, siento que llegué al Paraíso; este sitio es perfecto.
– Es un riesgo trasmitir desde tan lejos pero lo estamos consiguiendo con éxito y nos sentimos orgullosos por eso.
– Televisión estatal, dijo M. Bien, de ahora en más prometo no lamentarme cada vez que tenga que pagar mis impuestos.

 

– La vi bajar del auto, dijo Z cuando entró Cynthia a su estudio. Manejaba ella.
– Así es, no todos necesitamos chofer.
– Me mareo cuando me siento frente a un volante, creo habértelo contado en más de una oportunidad.
– El día que me desmayé por el golpe de calor me llevaste al hospital, le recordó Cynthia.
– Llegamos a mitad de camino, dijo Z con una sonrisa, después te dejé en mejores manos.
– ¡Es cierto! Llamaste a una ambulancia.
– Que llegó rapidísimo, agregó el joven. Creían que me había dado un ataque de epilepsia cuando intenté explicarles que te habías desmayado por el calor y no sabían a cuál de los dos atender primero.
– Clarisa nos espera, dijo Cynthia terminando una conversación que le resultaba divertida.

 

4ta. Entrevista

– Me gusta la literatura para niños. El primer libro que leí solo fue uno escrito por Usted, todavía lo conservo y lo llevo a todas partes conmigo, dijo Z entregándole el libro a la escritora.
– Interpreto que me estás pidiendo que te lo autografíe.
– En realidad no lo había pensado, pero es una idea muy buena. Mientras tanto, cuéntenos cómo fueron sus comienzos.
– Nada en particular, yo era una joven de clase media que decidió estudiar Letras pero que por esos caprichos del destino (vamos a echarle la culpa a «otro») no terminó la Universidad.
– Pero lo que hizo supo hacerlo muy bien, me refiero a escribir. Siempre me pregunté cómo sería saber comunicarse con los niños, no soy muy bueno en eso y Usted sabe cómo llegar al público infantil. En la última Feria del Libro Infantil pude ver cómo sus pequeños-grandes fans se peleaban entre ellos por obtener un autógrafo suyo.
– Sí, tengo «feeling» con los más chicos, pienso que se debe a que soy una persona auténtica. Es curioso cómo se me acercan y me hablan, incluso en los centros comerciales y en los supermercados. Firmo autógrafos en los supermercados, dijo M. riendo.
– Es genial, agregó Z. ¿Le gustaría leernos un párrafo de su último libro?
– Estaba esperando que me lo pidieras, expresó la escritora antes de comenzar a leer.
«Crecían árboles por donde antes había desierto, contaba el abuelo zorro a los más chicos del pueblo. Créanme que por aquel entonces, todos pensábamos que la muerte estaba entre nosotros; sin embargo, una tarde, la última del invierno, el agua empezó a caer y por todos lados se formaron pequeños lagos, o milagros, como lo llamó alguien. Con la abuela llorábamos de felicidad y todos, absolutamente todos, en el bosque, a partir de ese día supimos vivir en paz.»
Se trata de una historia con trasfondo ecológico, cuando inicié a escribir este libro sólo tenía en mente que me iba a concentrar en escribir historias con animales. Siempre me gustó Winnie the Pooh, tanto él como Christophen Robin y sus amigos me parecen muy tiernos.

La charla entre la escritora y el periodista fue muy cordial. Hasta hubo momentos en que se los vio reír y conversar distendidos.
Fue bueno ver a Z relajado como si fuera un niño.

 

 

 

 

 

 

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ENTREVISTAS IMAGINARIAS: Tercera Entrevista

 

por Norma Alasia

–  ¿Dormiste bien?, preguntó Cynthia a Z desde la cocina mientras preparaba el café. Los chicos volvieron tarde, ¿los escuchaste?
– Imposible no escucharlos. Sí, gracias, dormí bien. ¿Te sirvo jugo de naranja?
– Síp. Hoy viene un escritor que acaba de publicar su primer libro con ilustraciones propias, Marco Safiro.
– Tiene muchos premios en su haber, parece interesante. No por los premios, por lo que hace, comentó Z.
– Me gustan sus dibujos en blanco y negro; ¿viste los retratos que hizo? Me dejaron sin palabras.
– ¿Le encargamos que haga un dibujo del estudio que montamos en esta casa con todos nosotros trabajando?, preguntó Z.
– Lo decís en broma, respondió Cynthia.
– A decir verdad , no. ¿Desayuno de trabajo?
– Desayuno de trabajo.

 

3ra. Entrevista

– Melvin era sensacional. Entiendo que podía parecer frío a quienes no lo conocían pero nosotros, sus amigos, jamás lo olvidaremos. Él siempre hacía referencia a los almuerzos informales que compartíamos en la playa o a los «afternoon tea» que nos preparaban su madre y su abuela, dos mujeres sensacionales con manos de seda que parecían volar cuando caminaban a orillas del mar con sus largos vestidos y sus amplias capelinas. Ellas se deslizaban por la vida; las dos enviudaron siendo muy jóvenes y supieron alejar de sus vidas cada obstáculo que se les presentó.
La gente mal intensionada procuró dibujar una imagen errónea de Melvin; hubo, incluso, quienes insinuaron que era gay. Nada más absurdo y ridículo. Él tuvo un gran amor, una joven encantadora, con un gran carisma y muy culta; basta leer con atención sus cuentos para darse cuenta de ello pero, demás está decir que quienes inician este tipo de rumores malintencionados no tienen tiempo para leer, para disfrutar de un buen libro y de una reconfortante taza de té porque si así fuera serían otras las palabras que saldrían de sus bocas. El amor era una constante en su vida, puedo asegurarlo.
Disculpe que use su programa para hacer mención a esto pero me veo en la obligación de decirlo porque las mentiras bajas deben quedar al descubierto.
Y ahora sí, hablemos un poco de mí.
–  Éste no es mi programa, es de los invitados; yo simplemente soy el nexo entre Ustedes y la gente que lee sus obras y los admira. Cada persona que se sienta en ese sillón puede expresarse como Usted lo hizo, con altura y con respeto.
– Cuando su productora me llamó para invitarme a venir habló con sinceridad cuando me dijo que mis cuentos le conmovían pero que no le sucedía lo mismo con mis novelas; sin embargo, y esta apreciación también la hizo ella, son mis novelas quienes me van a dejar mejor ubicado en el mundo de las letras, al menos para quienes siguen las estadísticas. Y es cierto. Gané una considerable cantidad de premios y puedo decir que debo mi fortuna a ellas, pero me siento realizado gracias a mis relatos y mis cuentos. No me avergüenzo, es la verdad.
Mi último libro, que saldrá a la venta en unos días, es un libro de cuentos, en su mayoría cortos. Lo empecé a escribir una tarde de invierno sin darme cuenta; estaba convaleciente, había tenido una gripe interminable y aún el médico no me había dado el alta pero yo necesitaba escribir. Entonces lo hice sin salir de mi habitación; no sé si Usted sabe que yo sólo puedo trabajar en mi estudio pero cuando una persona se encuentra débil, sin fuerzas para caminar y quiere trabajar debe hacerlo en las circunstancias que se le presentan y adaptarse a ellas. Yo lo hice desde mi cama; mi confortable cama que sirve muy bien para el propósito para el que fue construida y que no es, precisamente, escribir.
– Me sentí conmovido por algunas de las ilustraciones que nos regala en su último trabajo. ¿Cómo nació la idea de acompañar el texto con ilustraciones realizadas con diversas técnicas?
– Es Usted muy buen observador, lo felicito; a más de un colega suyo le hubiera podido mostrar un grabado o un dibujo hecho en lápiz y ni siquiera lo hubiera notado. Y ahora, respondiendo a su pregunta, le cuento que las bellas artes siempre fueron un hobby importante para mí; comencé ilustrando los libros que escribía mi hermana cuando era muy chico.
– ¿Tiene una hermana escritora? Disculpe la interrupción pero me sorprendió con este dato.
– Lo entiendo, tanto Usted como sus colaboradores investigaron a conciencia sobre mi vida, lo percibí desde que entré a este estudio, e ignoraban este particular. Sí, tengo una hermana diez años mayor que yo; ella es maestra pero nunca ejerció y como mi padre no le permitió trabajar fuera de casa, lo hizo desde su habitación. Tenía un escritorio estilo victoriano, herencia de una de nuestras abuelas, y trabajaba incansablemente con la esperanza de que algún día sus libros ayudaran en la tarea de alfabetización en nuestro país y yo, con gusto y mucho amor, realizaba todos los dibujos que ella me iba pidiendo. Pero un día, en un baile al que asistió contra su voluntad, conoció a su futuro marido. Un buen hombre, con una excelente posición, y me animo a decir que son felices; tuvieron cuatro hijos adorables y su carrera como escritora quedó en el olvido, aunque no pienso que el nacimiento de mis sobrinos haya influenciado en eso. Creo fervientemente que cada uno de nosotros es responsable por las decisiones que toma en su vida y ella decidió dejar las letras, pero tiene un hermoso jardín. Mi espíritu se llena de gozo cada vez que los visito, la vista que tienen desde la sala parece de otro mundo, es un placer tomar el té ahí.

 

– ¿Podemos decir que tuvimos un día agotador?, preguntó Cynthia mirando a Z de reojo.
– Sí, decilo en voz alta y sin temor.
– ¿Y qué fue lo que más te cansó?
– Me inquietaba que Safiro tuviera un discurso hecho para cada tema que le proponía, ninguna respuesta me parecía lo suficientemente espontánea. Apenas pasa los cuarenta y habla como si fuera un octogenario, dijo Z enfatizando cada sílaba con una pizca de enojo.
– Cuando habló de su hermana y de su cuñado y de que cada uno es responsable por las decisiones que toma, no sé qué habrá querido decir.
– Quizás el cuñado y él pertenezcan a bandos opuestos, dijo Z con una sonrisa.
– ¿Nos concentramos en nuestra cena, señor periodista?
– De acuerdo, respondió Z dirigiéndose hacia la heladera con su celular en mano mientras decía: pegué ahí un adhesivo con el teléfono de un restaurante chino que hace entregas a domicilio.