LA LLUVIA EN EL PINAR (POESÍA)

Gabriele d’Annunzio (*)
Italiano (1863-1838)

 

Calla. En las lindes

del bosque no oigo

palabras que dices,

humanas; pero oigo

palabras más nuevas

que pronuncian gotas y hojas

lejanas.

Escucha. Llueve

de las nubes dispersas.

Llueve sobre los tamarindos

salobres y resecos,

llueve sobre los pinos

escamosos e hirsutos,

llueve sobre los mirtos

divinos,

sobre las retamas refulgentes

de racimos de flores,

sobre los enebros tupidos

de bayas perfumadas,

llueve sobre nuestros rostros

silvestres,

llueve sobre nuestras manos

desnudas,

sobre nuestras ropas

ligeras,

sobre los frescos pensamientos

que el alma deja traslucir,

nueva,

sobre el bello cuento de hadas

que ayer

te engañó, que hoy me engaña,

oh Hermíone.

¿Oyes? La lluvia cae

sobre la solitaria

vegetación

con un crepitar que dura

y varía en el aire según las frondas

más ralas, menos ralas.

Escucha. Responde

al llanto el canto

de las cigarras

a las que el llanto austral

no asusta,

ni el cielo ceniciento.

Y el pino

tiene un sonido, y el mirto

otro sonido, y el enebro

otro más, instrumentos

diversos

bajo innumerables dedos.

E inmersos

estamos en el espíritu

del bosque,

de arbórea vida vivientes;

y tu rostro ebrio

está blando de lluvia

como una hoja,

y tus cabellos

perfuman como

las claras retamas,

oh criatura terrestre

que tienes por nombre

Hermíone.

Escucha, escucha. El acorde

de las aéreas cigarras

cada vez

más sordo

se vuelve bajo el llanto

que crece;

pero se mezcla con él  un canto

más ronco

que desde allá abajo sube,

de la húmeda sombra remota.

Más sordo y más débil

se distiende, se apaga.

Sólo una nota

aún tiembla, se apaga,

resurge, tiembla, se apaga.

La voz del mar no se oye.

Ahora se oye sobre toda la fronda

retumbar

la plateada lluvia

que purifica,

el retumbar que varía

según es la fronda

más tupida, menos tupida.

Escucha.

La hija del aire

ha enmudecido; pero la hija

del limo, lejana,

la rana,

canta en la sombra más honda,

¡quién sabe dónde, quién sabe dónde!

Y llueve sobre tus pestañas,

Hermíone.

Llueve sobre tus pestañas negras

de modo tal que parece que lloras

pero de placer; no blanca

sino casi reverdecida,

como salida de una corteza.

Y toda la vida es en nosotros fresca,

perfumada,

el corazón en el pecho es como un durazno

intacto,

entre los párpados, los ojos

son como manantiales entre la hierba,

los dientes en los alvéolos

son como almendras amargas.

Y vamos de maleza en maleza,

o unidos o separados

(y el verde vigor rudo

nos enlaza los tobillos,

nos entrevera las rodillas),

¡quién sabe dónde, quién sabe dónde!

Y llueve sobre nuestros rostros

silvestres,

llueve sobre nuestras manos

desnudas,

sobre nuestras ropas

ligeras,

sobre los frescos pensamientos

que el alma deja traslucir,

nueva,

sobre el bello cuento de hadas

que ayer

te engañó, que hoy me engaña,

oh Hermíone.

 

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Parque «Ducos», Brescia.

(*) Gabriele d’Annunzio, escritor y político italiano cuyo verdadero nombre era Gaetano Rapagnettanació  en 1863 en Francavilla (Italia central, en la región de los Abruzos) y falleció en 1838 en Gardone Riviera (localidad situada en las orillas del lago de Garda, en la provincia de Brescia, Lombardía).

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